12 - 09 - 2003 / 12 - 09 -2011
Homenaje de Luis A. Carello a Hugo Tallone.
La muerte de Hugo Tallone sucedió de un modo paradójico. Hombre preocupado y ocupado por el desarrollo de las autopistas, particularmente desde el momento en que la fatalidad le arrancó de su lado a uno de sus hijos, se produjo en una de las más importantes de nuestro país, cuando regresaba junto a Daniel Moriñigo, de una reunión del directorio del CESVI. Pero, al mismo tiempo, la multiplicación de desplazamientos de ese viajero infatigable que fue, aumentó por cierto las probabilidades de accidente automovilístico. Pocas personas en el mundo del seguro deben haber viajado tanto como Hugo por las deficientes rutas de nuestro país, y pocos, también, deben haber dedicado tanto tiempo a la difusión de la necesidad de mejorarlas, particularmente después de haber perdido a un hijo en un accidente acaecido en una ruta que, por demoras inexplicables, todavía no ha sido reemplazada por la anunciada autopista.
Evocar al amigo que se fue no es tarea fácil para nadie. Pero forzoso es reconocer que hay casos más difíciles que otros. Y es particularmente duro hacerlo cuando quien ha muerto es alguien con las condiciones que Hugo revistió en vida. Fue un hombre cálido, de excelente humor, infatigable, imaginativo y ocurrente, vital como pocos. El hueco que deja su ausencia no es de los que se llenan fácilmente.
Fue un verdadero líder. No era de los que dirigen diciendo “avancen”. Su actitud la reflejaría mejor la palabra “avancemos”.
El ejercicio de altas funciones suele convertir a las personas en más duras, con una sensibilidad más reducida. No fue el caso de Hugo, quien jamás dejó de pensar en la dimensión humana de los problemas. Aun cuando le resultaba necesario tomar medidas drásticas, lo hizo siempre buscando la manera de atenuar o limitar el dolor o el perjuicio.
Lo preocupó siempre la división de las entidades que agrupan a las aseguradoras, porque era un hombre consciente de la debilidad que ella provocaba en el sector. Hasta el momento mismo de su muerte estuvo trabajando por alguna forma creciente de unidad sectorial.
Lamentablemente, perdió la vida sin haber visto cristalizarse su ideal.
Fue un hombre convencido de las bondades del seguro solidario, y como digno hijo de su padre siguió en la huella trazada, como un cooperativista leal a los principios y a las instituciones que lo encarnan.
Consagró su vida a la familia y a “La Segunda”, que de algún modo también lo era. No trabajó en ningún otro lugar durante toda su vida. Se inició allí, en su primera juventud, como empleado raso, y llegó a ocupar la Gerencia General por mérito indiscutido y sin que nadie pusiera jamás en tela de juicio el acierto y justicia de la designación. Recibió de sus antecesores y de los directivos una empresa sólida, pero contribuyó a desarrollarla y renovarla, adecuándola a las exigencias del tiempo que le tocó vivir al frente de la empresa.
No sería justo dejar de mencionar su tarea como presidente de Aseguradores del Interior de la República Argentina (ADIRA), entidad a la que dedicó muchos días de su vida, y desde la cual trabajó incansablemente por el mejoramiento de la institución aseguradora.
Trabajador infatigable, como pocos, sabía armonizar la seriedad con la alegría. Aun hoy sus amigos podemos releer los correos que solía remitir desde su computadora durante los fines de semana, en los horarios más insólitos. No era, sin embargo, un obsesivo, sino un amante de su tarea, que sabía mechar con comentarios no exentos de humorismo.
El seguro ha perdido un referente de primera línea, respetable y respetado. El grupo empresario que dirigió ha perdido un administrador leal y consagrado. Su familia, a un marido y padre inolvidable. A quienes fuimos sus amigos y trabajamos muchos años a su lado nos acompañará siempre el recuerdo afectuoso del compañero cuyo empuje vigoroso y entusiasta sólo pudo detener la muerte.
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