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En su último mensaje, Evita llamaba a derrotar a la oligarquía y a los explotadores, “los enemigos del pueblo”. |
Informe de Democracia. Durante sus últimos días de vida, la mujer que se convirtió en sinónimo de justicia social dictó sus últimas palabras.También redactó su testamento. “Mis bienes son patrimonio del pueblo y del movimiento peronista”, dijo. Entrá y mirá el clip de fotos de Evita.
Por Felipe Pigna
Evita ya no volvería a dejar en vida la residencia presidencial. Sus días pasaban en un círculo cada vez más íntimo, que incluía a su enfermera, María Eugenia Alvarez, quien recordaba:
“Ya en los últimos momentos solamente la visitaban el General, su mamá, sus hermanas y hermano, el padre Benítez, Atilio Renzi y algún que otro ministro muy poquito tiempo. El General la veía todos los días, no hubo un minuto en que pudiera estar con ella que se hubiera perdido. ¡Perón amó a esa mujer! En todo momento estuvo a su lado. Cuando él llegaba por supuesto que yo me retiraba para que pudieran charlar tranquilos”.
Hacía algún tiempo que venía dictando fragmentos de un nuevo libro, destinado a llamarse Mi mensaje, a un grupo de colaboradores, entre ellos el gremialista docente Juan Jiménez Domínguez. Según Ana Macri, una de las “censistas” que habían fundado con Eva el Partido Peronista Femenino, entonces diputada nacional:
“La vi dos meses antes de su muerte. Me dijo: “Peti, estoy escribiendo Mi mensaje, lástima que Perón no me lo quiere hacer editar porque dice que es muy fuerte lo que digo sobre la jerarquía eclesiástica y militar…”.
En efecto, el texto no sería publicado por Perón y por mucho tiempo se lo dio por perdido. Cuando en 1987 aparecieron 79 carillas mecanografiadas, con las iniciales E.P.manuscritas en cada una de ellas, se pudieron conocer frases incendiarias como estas:
“Solamente los fanáticos –que son idealistas y son sectarios– no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar dispuestos a todo, incluso a morir”.
“Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos de sus fuerzas militares gobernando a las naciones. ¿Cómo? Abriendo al pueblo sus cuadros dirigentes. Los ejércitos deben ser del pueblo y servirlo”.
“Los ambiciosos son fríos como culebras pero saben disimular demasiado bien. Son enemigos del pueblo porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo”.
“Yo no comprendo [...] por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia. Ni por qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y en nombre de la religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad. La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía”.
“Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad. Pero mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores. Todo explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado!”.
El original, guardado por el escribano general de gobierno, Jorge Garrido, luego del derrocamiento de Perón, y vendido en subasta por sus hijos en 1987, fue dado a conocer por el historiador Fermín Chávez. Otra edición, realizada en 1994, dio pie a un largo juicio, promovido por Blanca y Erminda, hermanas de Evita, que culminó cuando los tribunales, sobre la base de peritajes caligráficos y testimonios, resolvieron que el texto era auténtico.
El testamento de Eva
El 29 de junio de 1952, Evita redactó su testamento. Se lo daría a conocer el 17 de octubre de 1952, leído por un locutor de la Subsecretaría de Informaciones y presentado como si se tratase de un capítulo titulado “Mi voluntad suprema” de Mi mensaje, anunciado como un “anticipo” del libro que quedaría inédito. En esas páginas Evita declaraba:
“Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. ”Esta es mi voluntad absoluta y permanente y es, por lo tanto, mi última voluntad. ”Donde está Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo que me quema el alma. ”Si Dios lo llevase del mundo a Perón, yo me iría con él, porque no sería capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor, para ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo y para ayudarlos a sufrir con un poco de mis propios dolores." [...]
”Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón yo quiero quedarme con él y con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán con ellos, seguirán viviendo en ellos haciendo todo el bien que falta, dándoles todo el amor que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus almas el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como una sed amarga e infinita".
”Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la Justicia y de la Libertad hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro, en contra de lo que no sea la raza de los pueblos”.
Con ese mismo “fanatismo”, advertía:
“Quiero que sepan en este momento que lo quise y lo quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mil sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo repito en este momento una vez más: no concibo el cielo sin Perón. ”Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los niños y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y acompañen a Perón como si fuese yo misma”.
Nombraba como herederos a Perón y al pueblo:
“Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón como representante soberano y único del pueblo".
”Yo considero que mis bienes son patrimonio del pueblo y el movimiento peronista, que es también del pueblo, y que todos mis derechos como autora de La razón de mi vida y de Mi mensaje, cuando se publique, sean también considerados como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino".
”Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes [...] Pero después de Perón el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo, y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan, por cualquier medio, el cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mi corazón que tanto los quiso”. Y preveía qué destino debían tener sus bienes:
“Quisiera que se constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo acepten como una prueba más de mi cariño. Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de un año, por lo menos".
”También deseo que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan becas para que estudien hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la doctrina de Perón, por cuya causa gustosa daría mi vida".
”Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero aun las que recibí de mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero que vuelvan al pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía y por eso deseo que constituyan, en el museo del Peronismo, un valor permanente que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el respaldo de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria”.
Tras el derrocamiento de Perón en 1955, los conductores de aquel golpe autodenominado “Revolución Libertadora” montaron con gran promoción nacional e internacional una notable exposición destinada a mostrar al público cómo vivía la “pareja gobernante”. Allí podían verse, en directo o a través de una edición especial del noticiero cinematográfico Sucesos argentinos, la decena de autos del general y centenares de zapatos y sombreros de Evita. Un espacio especial estaba dedicado a las joyas de la ex Primera Dama.
La muestra fue un éxito y las colas para ingresar se medían por decenas de cuadras, en las que se mezclaban sin decírselo antiperonistas deseosos de comprobar que hacían bien en odiar al “régimen depuesto” con peronistas nostálgicos que podían volver a ver objetos e íconos vinculados a sus referentes políticos. Hasta el día de hoy nada se supo ni se sabe con certeza sobre el destino de aquellos objetos.
Lo cierto es que no sirvieron para cumplir el testamento de Evita sino para engrosar o iniciar algunas fortunas de personajes vinculados con el poder “libertador” que venía a moralizar la gestión pública y la sociedad argentina. Cada tanto emergen en alguna galería de Londres o Nueva York porciones de aquel testamento convertido en botín de guerra.
Evita ya no volvería a dejar en vida la residencia presidencial. Sus días pasaban en un círculo cada vez más íntimo, que incluía a su enfermera, María Eugenia Alvarez, quien recordaba:
“Ya en los últimos momentos solamente la visitaban el General, su mamá, sus hermanas y hermano, el padre Benítez, Atilio Renzi y algún que otro ministro muy poquito tiempo. El General la veía todos los días, no hubo un minuto en que pudiera estar con ella que se hubiera perdido. ¡Perón amó a esa mujer! En todo momento estuvo a su lado. Cuando él llegaba por supuesto que yo me retiraba para que pudieran charlar tranquilos”.
Hacía algún tiempo que venía dictando fragmentos de un nuevo libro, destinado a llamarse Mi mensaje, a un grupo de colaboradores, entre ellos el gremialista docente Juan Jiménez Domínguez. Según Ana Macri, una de las “censistas” que habían fundado con Eva el Partido Peronista Femenino, entonces diputada nacional:
“La vi dos meses antes de su muerte. Me dijo: “Peti, estoy escribiendo Mi mensaje, lástima que Perón no me lo quiere hacer editar porque dice que es muy fuerte lo que digo sobre la jerarquía eclesiástica y militar…”.
En efecto, el texto no sería publicado por Perón y por mucho tiempo se lo dio por perdido. Cuando en 1987 aparecieron 79 carillas mecanografiadas, con las iniciales E.P.manuscritas en cada una de ellas, se pudieron conocer frases incendiarias como estas:
“Solamente los fanáticos –que son idealistas y son sectarios– no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar dispuestos a todo, incluso a morir”.
“Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos de sus fuerzas militares gobernando a las naciones. ¿Cómo? Abriendo al pueblo sus cuadros dirigentes. Los ejércitos deben ser del pueblo y servirlo”.
“Los ambiciosos son fríos como culebras pero saben disimular demasiado bien. Son enemigos del pueblo porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales. Yo los he perseguido en el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del pueblo”.
“Yo no comprendo [...] por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia. Ni por qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y en nombre de la religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad. La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía”.
“Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad. Pero mientras tanto, lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores. Todo explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado!”.
El original, guardado por el escribano general de gobierno, Jorge Garrido, luego del derrocamiento de Perón, y vendido en subasta por sus hijos en 1987, fue dado a conocer por el historiador Fermín Chávez. Otra edición, realizada en 1994, dio pie a un largo juicio, promovido por Blanca y Erminda, hermanas de Evita, que culminó cuando los tribunales, sobre la base de peritajes caligráficos y testimonios, resolvieron que el texto era auténtico.
El testamento de Eva
El 29 de junio de 1952, Evita redactó su testamento. Se lo daría a conocer el 17 de octubre de 1952, leído por un locutor de la Subsecretaría de Informaciones y presentado como si se tratase de un capítulo titulado “Mi voluntad suprema” de Mi mensaje, anunciado como un “anticipo” del libro que quedaría inédito. En esas páginas Evita declaraba:
“Quiero vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. ”Esta es mi voluntad absoluta y permanente y es, por lo tanto, mi última voluntad. ”Donde está Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo que me quema el alma. ”Si Dios lo llevase del mundo a Perón, yo me iría con él, porque no sería capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor, para ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo y para ayudarlos a sufrir con un poco de mis propios dolores." [...]
”Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón yo quiero quedarme con él y con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán con ellos, seguirán viviendo en ellos haciendo todo el bien que falta, dándoles todo el amor que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus almas el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como una sed amarga e infinita".
”Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la Justicia y de la Libertad hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro, en contra de lo que no sea la raza de los pueblos”.
Con ese mismo “fanatismo”, advertía:
“Quiero que sepan en este momento que lo quise y lo quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mil sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo repito en este momento una vez más: no concibo el cielo sin Perón. ”Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los niños y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y acompañen a Perón como si fuese yo misma”.
Nombraba como herederos a Perón y al pueblo:
“Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón como representante soberano y único del pueblo".
”Yo considero que mis bienes son patrimonio del pueblo y el movimiento peronista, que es también del pueblo, y que todos mis derechos como autora de La razón de mi vida y de Mi mensaje, cuando se publique, sean también considerados como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino".
”Mientras viva Perón, él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes [...] Pero después de Perón el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo, y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan, por cualquier medio, el cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mi corazón que tanto los quiso”. Y preveía qué destino debían tener sus bienes:
“Quisiera que se constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo acepten como una prueba más de mi cariño. Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de un año, por lo menos".
”También deseo que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan becas para que estudien hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la doctrina de Perón, por cuya causa gustosa daría mi vida".
”Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero aun las que recibí de mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero que vuelvan al pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía y por eso deseo que constituyan, en el museo del Peronismo, un valor permanente que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el respaldo de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria”.
Tras el derrocamiento de Perón en 1955, los conductores de aquel golpe autodenominado “Revolución Libertadora” montaron con gran promoción nacional e internacional una notable exposición destinada a mostrar al público cómo vivía la “pareja gobernante”. Allí podían verse, en directo o a través de una edición especial del noticiero cinematográfico Sucesos argentinos, la decena de autos del general y centenares de zapatos y sombreros de Evita. Un espacio especial estaba dedicado a las joyas de la ex Primera Dama.
La muestra fue un éxito y las colas para ingresar se medían por decenas de cuadras, en las que se mezclaban sin decírselo antiperonistas deseosos de comprobar que hacían bien en odiar al “régimen depuesto” con peronistas nostálgicos que podían volver a ver objetos e íconos vinculados a sus referentes políticos. Hasta el día de hoy nada se supo ni se sabe con certeza sobre el destino de aquellos objetos.
Lo cierto es que no sirvieron para cumplir el testamento de Evita sino para engrosar o iniciar algunas fortunas de personajes vinculados con el poder “libertador” que venía a moralizar la gestión pública y la sociedad argentina. Cada tanto emergen en alguna galería de Londres o Nueva York porciones de aquel testamento convertido en botín de guerra.
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