NUESTRA BANDERA... y la desazon de un pueblo.-


Bicentenario de nuestra Bandera
 
No soy rosarina, nací en una pequeña ciudad cercana a Rosario. Pero hace más de 30 años que acá vivo.
 
Rosario…Aprendí a querer sus calles, a amar su río, a apreciar su gente, a disfrutar sus plazas, sus parques, su costa, a caminar su centro y sus shoppings, a circular sus calles. 
 
Conocí y estudié su historia, me adentré en su alma de trabajo y de inmigración, de comercio y de puerto, de restoranes y bares, de piringundines y tango.
 
Le di hijos rosarinos a esta tierra. Eduqué a generaciones.
 
Me hice de amigos y de afectos. Practico deportes en sus clubes.
 
Y amo su monumento. Es el símbolo de su historia más fuerte, la creación de la Bandera Nacional en sus barrancas por la osada inspiración de aquel grande y jugado Manuel Belgrano, el Coronel, que fue abogado y general y que andaba por estas tierras con la misión de custodiar el Paraná, mi río ancho, marrón, único, inigualable. Y que sabiendo que la Bandera es símbolo de unión, es prenda de valentía, es estrella de patria, es ofrenda de entrega, es color de cielo y de pureza, es estandarte de hermandad, la creó, aún en contra de la voluntad del poder central.
 
Y amo a ese Belgrano prohombre, digno, esforzado, inteligente, estudioso, que supo unir ideas y acción a favor de la Patria.
 
Por eso hoy, 27 de febrero de 2012, a 200 años de su creación, me emocioné a las cero horas escuchando y cantando La Marcha a Mi Bandera ejecutada por la Banda Militar en mi querido Monumento.
 
Y a la tarde, en velero, cabalgué las aguas del río, sintiendo que acá a mi izquierda en las barrancas, la Batería Independencia y allá a mi derecha, en las islas del incipiente delta, la Batería Libertad, eran custodios de nuestra argentinidad.
Me parecía sentir la emoción  de ese soldado, un patriota insigne que se volcó a la causa de la emancipación, Cosme Maciel, vecino de la ciudad, cuando enarbolaba para el mundo, por primera vez, los colores que iban a signar mi vida de argentina y de docente.
 
Con esa mezcla interna de agradecimiento y de orgullo, llegué a mi casa a ver por televisión los festejos por el Bicentenario. Palpitaba ansiosa de ver a mi pueblo desfilando portando la bandera más larga nacida del proyecto de un periodista inspirado: “Alta en el cielo”, proyecto que vi nacer en mi escuela rosarina y que vi nutrirse a lo largo de diez años por el esfuerzo y el entusiasmo de todo un pueblo, argentino y hasta americano, que a él adhirió. Y que hoy, en el Bicentenario, finalizaba.
 
¡Qué desazón! La bandera más larga sólo ocupaba, llevada por su pueblo, un pedacito del Parque Nacional a la Bandera. Todo lo que se veían eran estandartes de movimientos partidarios apoyando a la presidente, muy poco celeste y blanco. Una bandera roja y negra en todo momento atravesaba la pantalla. Cánticos a Néstor y Cristina. ¿Mi Bandera y su homenaje? ¿Mi patria y mis colores? ¿Mi símbolo y mi pueblo? Perdidos en cánticos de división, de colores y símbolos de segregación. ¿Y la unión de mi pueblo?
 
Para que mi intendente y mi gobernador pudiesen hablarle a su pueblo en el día de su bandera, la presidente tuvo que dar la orden de silencio, perentoria, a su horda. Pensé: ¿es mi presidente o la jefa de una barra brava? ¿Es una demócrata o una dictadora? ¿Sólo a su gesto responde su movimiento?
 
Veía su cara constipada, su gesto adusto, sus músculos faciales contraídos, y me iba preparando para lo que vendría. Pero no pudo ser peor… Al tomar el atril cantó con su gente su marcha. Sentí vergüenza por la falta de criterio de estado, odio por las grietas sociales que sigue ahondando, pena por mis próceres y su sangre derramada en pos de la libertad de mi país mancillado por su ignorancia.
 
Su discurso fue una pequeña alusión a Belgrano y su Bandera y luego sólo se remitió al gobierno de sus años. Como si la patria y el mundo fueran sólo ella y el recuerdo de su muerto, que no olvidó mencionarlo en varias oportunidades, como si su nombre ya fuera el nombre de dios, y mencionarlo no se convirtiese en un sacrilegio. Y su atril fue para dar explicaciones de lo inexplicable y pedir justicia de la justicia que ella misma mancha.
 
¡Ay, Patria mía! Cómo me dolieron tus colores en una celebración que no te celebró, en un pueblo que perdió frente a sus palabras crispadas, enfermas de odio e insensatez, la alegría de agasajarte. Cómo me dolieron las manos de los que te portaban y no pudieron celebrarte. Cómo me dolieron las voces de los niños que por tanta ignominia no pudieron cantarte…
 
Silvia
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