Por Hugo Yasky / Secretario General CTA de los trabajadores |
La fractura de la CGT es, por estos días, motivo de
distintas interpretaciones en las que el gran ausente siempre
es el trabajador de a pie. Mucha saliva y mucha tinta
malgastada para dar cuenta del supuesto recelo de los
sectores empresarios ante el nuevo mapa de dispersión
gremial, o para hablar del reacomodamiento de los
cacicazgos sindicales como si fuera del libro de pases de la
AFA, o para hacer una suerte de exhibicionismo de las
roscas políticas de los que quedaron de una y otra orilla.
Todo exhibido por el Grupo Clarín y Cía. como en la
vidriera de un cambalache.
Un día, Moyano empapelando la
ciudad con la foto de un cónclave de los gordos y de título
“El regreso de los muertos vivos”. Luego, a vuelta de página,
el mismo Moyano convocando a la Plaza de Mayo con el
Momo Benegas y Luis Barrionuevo para emancipar a los
trabajadores de la opresión del gobierno kirchnerista.
Un
horror que sólo le sirve a la derecha y a los grupos
dominantes para intentar demostrar que el sindicalismo se
encuentra en avanzado estado de descomposición.
Para ello
les viene como anillo al dedo involucrar al gobierno como
responsable de la fractura de la CGT y, de paso, enlodar a
nuestra CTA metiéndola en la misma bolsa, como si fuese
lo mismo la denuncia de fraude en una elección directa -con
un padrón de alcance nacional, comprobado por un Tribunal
Arbitral Autónomo y condenado por la Justicia Laboral- que
la pulseada en la cúpula de la CGT en la que, salvo pocas
excepciones, lo que está en disputa son hegemonismos
ligados a proyectos de poder personal.
En el relato de los multimedios de la clase dominante se
oculta sistemáticamente que ya van transcurriendo casi
cinco décadas de fractura en el interior de la CGT, cuando
Augusto Timoteo Vandor, por un lado, y Amado Olmos por
el otro, encarnaron dos vertientes que están en el ADN del
movimiento obrero argentino.
La de quienes privilegiaban
la defensa del aparato y de las prebendas derivadas de la
asociación de intereses con las patronales. Y la de quienes
militaron por un sindicalismo comprometido con la lucha
por un proyecto de liberación nacional y social, resistiendo
HACIA UN MODELO
CON MAS LIBERTAD
Y DEMOCRACIA SINDICAL
E D I T O R I A L
Por Hugo Yasky / Secretario General CTA de los trabajadores
y confrontando con el modelo de país para pocos de los
grupos dominantes y sus socios externos.
Esas dos vertientes se expresarían con distintos
nombres y en distintas circunstancias a lo largo de nuestra
historia. La propia CTA, que muchos talibanes condenaban
como una herejía contra el mito de la “unidad monolítica”,
es parte de esa línea histórica en la que el mencionado
Olmos, Atilio López, Agustín Tosco, Isauro Arancibia y
Germán Abdala –entre muchos otros-, constituyen
referencias insoslayables en la construcción de nuestra
propia identidad colectiva.
Ocultando esta historia y revolviendo todo en el mismo
lodo, los multimedios y sus deformadores de opinión
muestran estas divisiones del movimiento sindical como
consecuencia directa de la malicia de CFK, para arribar
groseramente a la conclusión de que ahora, con un
gremialismo fraccionado, los trabajadores serán víctimas de
los atropellos de la Casa Rosada, que así como embistió
contra los grupos sojeros, contra las AFJP, contra el grupo
Clarín, contra REPSOL, etc., ahora también se los llevará por
delante a ellos. Salvo que un Moyano devenido
repentinamente en opositor, remando contra la corriente
kirchnerista, los pueda conducir a la otra orilla donde los
esperan, con los brazos abiertos, Scioli, Macri, De Narváez,
Duhalde y algunos otros personajes por el estilo, siempre
dispuestos a sacrificarse por la causa obrera.
Lo cierto es que inventan cosas que no existen y hacen
lo imposible para reclutar opositores que convierten sin
pudor de villanos en héroes de la lucha obrera contra la
opresión, porque no pueden admitir que el sentido común
de los trabajadores esté a años luz de la realidad que
pretenden imponer desde su perspectiva, que es la de la
clase dominante. No pueden admitir que del 2003 a la fecha
se hayan creado más de 4.000.000 de puestos de trabajo
que, además de inclusión social, produjeron la revitalización
de muchas organizaciones sindicales que se estaban
quedando sin afiliados, a partir de la incorporación de
trabajadores jóvenes en sectores de la industria como la metalúrgica, automotriz, textil, del neumático y otras.
Trabajadores jóvenes que, dicho sea de paso, en la
mayoría de los casos se afilian a sus respectivos gremios
pero que no participan activamente de la vida sindical,
porque muchos son repelidos de entrada por los
dispositivos burocráticos de los aparatos que superviven al
amparo de la vieja legislación y, muchos otros, porque no
se sienten convocados ni piensan que puedan modificarse
las anquilosadas prácticas de la burocracia sindical.
Sin embargo, el resurgimiento de la militancia política
juvenil de alguna manera reverbera también en los ámbitos
laborales.
Por eso es justo señalar que, de modo incipiente,
estas nuevas generaciones empiezan a mostrar algunos
cambios importantes. Es desde el aporte de estas camadas
de trabajadores que es posible pensar en rupturas de los
viejos códigos, para sustentar experiencias de cambio desde
la base misma de los sindicatos. Por eso es que todo este
escenario de reacomodamientos a nivel de la cúpula
cegetista -que pretende ser mostrado con espectacularidades, en realidad, mucho ruido y pocas nueces.
Esto sin hablar
de la involución de quienes, en un giro de 180 grados,
quieren arrastrar al movimiento obrero atrás de los que
tratan de socavar a este gobierno, lo que equivale a la
anacrónica pretensión de asignarle a la clase trabajadora,
en esta etapa de ofensiva del campo popular en varios
países de la región, el triste papel de ser furgón de cola del
núcleo más reaccionario, constituido por los popes
empresarios, los ruralistas y los dueños de los multimedios.
Esta enorme contradicción demanda poner en debate
cambios del modelo sindical que vayan a fondo.
La clase
trabajadora y el movimiento sindical, que en la tradición
política de la Argentina tienen un peso importante, no
pueden ir a contrapelo de un proceso que plantea escenarios
de confrontación cada vez más agudos entre los sectores
populares y el poder fáctico. Esos cambios tienen que
propiciar que haya más democracia, más transparencia y
más protagonismo de los trabajadores en las decisiones de
las organizaciones gremiales.
Se hace impostergable para
ello modificar las leyes que limitan la plena vigencia de la
democracia y la libertad sindical, promoviendo métodos
democráticos de elección de los cargos de representación
en todos los niveles, ilegalizando las prácticas que
naturalizan el fraude y la proscripción de las listas
opositoras, incorporando la representación de las minorías,
la creación de instancias de control para terminar con las
cajas negras y toda forma de sindicalismo empresario.
Estos cambios no pueden seguir siendo postergados ni
estigmatizados con el pretexto de la defensa de la Sagrada
Familia ya que, lejos de debilitar al movimiento sindical, lo van
a fortalecer devolviéndole representatividad, transparencia y
credibilidad.
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